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El despertar social y político de Chiloé: La dicotomía fundamental, el laberinto y sus puertas

31 de Julio de 2016

Por Marcos Uribe Andrade

Foto: Louis-Philippe Beaupré Bleau

 

El artículo tiene por título original: "La dicotomía fundamental, el laberinto y sus puertas: Desde el despertar social y político de Chiloé, en su imbricación con los signos de la época".

 

La revuelta de mayo (2016) que sumó una reacción de apoyo masivo en toda la provincia de Chiloé y que se inscribe como una de las movilizaciones más significativas de su historia, junto con dar potentes señales de condiciones objetivas estratégicas, de valor local y nacional, engarza con variables de total trascendencia, anidadas como signos de la época.

 

Antes, esta sublevación nos focaliza en ciertos hechos similares de otros tiempos del acontecer local, que alumbran una comparación y revelan un carácter que se reitera en las movilizaciones de la sociedad chilena de las últimas décadas; pone de manifiesto, también,  ciertas características del discurso y la acción política de lo que denominamos “izquierda orgánica tradicional”.

 

Sin hacer  referencia a las innumerables instancias locales de movilización de masas durante la dictadura, en 1985, otro hecho particularmente memorable, movilizó a la población del archipiélago. En dicha ocasión,  también por causa de una demanda interna y transversal, las organizaciones sociales pactaron una gran protesta provincial: tras la ruptura del cable de alimentación bajo el Canal de Chacao, el suministro de energía eléctrica estaba interrumpido por  un mes. En Castro, unas tres mil personas enardecidas marcharon por las calles, con antorchas en las manos y con numerosos grupos de apoyo táctico, emplazados en diversos puntos urbanos, a fin de fragmentar las fuerzas antimotines de la dictadura. La sociedad isleña se levantaba ante el evidente desinterés del Estado, por dar solución al grave problema provincial.  Al borde  de pasar a hechos de violencia mayor, tácticamente inconducentes, un grupo de militantes, principalmente de las JJCC, del PC y otros partidos de la resistencia antifascista, toman posiciones de vanguardia y conducen a la columna enardecida, al centro de la plaza pública.  Un reconocido militante comunista se dirige a ellos. Tras una arenga, tranquiliza los ánimos de la gente embravecida y los llama a replegarse, fortalecer las organizaciones y coordinar nuevas acciones  de protesta, sin perder de vista la lucha más importante: lograr el regreso a un Estado democrático.

 

Ambos hechos se catapultan desde demandas que trascienden intereses políticos partidarios,  pero ponen también de manifiesto significativas diferencias entre ellas. Sin pretender una descripción y evaluación detallada, las fuerzas sociales que protestaron durante el mes de mayo de 2016, protagonizan hechos de magnitud muy superior a aquellos del 85: su apoyo social, activo y pasivo, sólo se pudo comparar con las demandas actuales por la educación, ampliamente respaldadas, por más del noventa por ciento de la población.

 

La sociedad isleña se levantó en solidaridad con los sindicatos de pescadores y con los trabajadores del mar, directamente afectados por un desastre socio-ambiental al que se culpa a la industria de cultivo intensivo e irracional de salmones. En este contexto, algo especialmente relevante: diversas organizaciones sociales y la ciudadanía, sumaron sus demandas, estrechamente vinculadas a la crisis que motivó la protesta general. Estas manifestaciones, que cortaron toda comunicación por vía terrestre con el continente, fueron generando sus mecanismos de dirección y toma de decisiones. En su inexperiencia, sortearon -con notable dificultad-  problemas de decisión táctica e inconvenientes logísticos generales, aún cuando la confrontación con las fuerzas represivas estatales sólo alcanzó un estado de latencia. Por su parte, el Estado generó el mayor despliegue de fuerza, desde la anexión forzada a la República y del golpe de Estado de 1973, acuartelándolas en las cercanías de los puntos de conflicto.

 

Esta vez, las organizaciones políticas (que el 85 actuaron con impecable capacidad de conducción, bajo condiciones de clandestinidad orgánica, frente a una dictadura que mil veces no dudó en usar armas de guerra en contra de los ciudadanos)  no pudieron cumplir el rol de vanguardia para estimular, representar y conducir las decisiones necesarias,  los actos de presión y  las negociaciones entre el pueblo movilizado y la representación estatal. En esta oportunidad, resultó -además- muy evidente la carencia de grupos capaces de generar acciones organizadas de estrategia y táctica de combate urbano y semi-urbano, los que -dadas las tensiones reales- pudieron ser  absolutamente fundamentales para lograr emplazamientos y desplazamientos eficaces y eficientes, frente a una agudización confrontacional, que pudo perfectamente ser impuesta por los grupos de choque del Estado.

 

No obstante ello -y sin analizar lo acertado o no de las negociaciones que desenlazan el término de las tomas y barricadas- estos referentes políticos históricos,  constructores de todo el movimiento obrero y popular del siglo XX, si bien se vieron completamente sobrepasados, dirigen -igualmente- acciones cupulares que intervienen “quirúrgicamente” el devenir de los acontecimientos. Los hechos que marchaban por  fuera de sus alcances representativos, confrontaban a una administración gubernamental que mantiene a los Partidos Políticos de la izquierda,  comprometidos en una lealtad, notablemente cuestionada por los más amplios sectores populares, con grados de conciencia política de clase. A consecuencia de la evidente cupularización de la práctica política, debieron hacerse cargo de su falta de ascendencia moral, ante los distintos organismos sociales y ante los ciudadanos; debieron hacerlo con acciones de colaboracionismo oficialista y manipulación, orientados a conducir los hechos unilateralmente, marginando la voz y el voto del descontento ciudadano; despreciaron el valor que adquiría la sintonía general de la sociedad movilizada y persiguieron su fragmentación.  Lo hicieron, sin lugar a equívoco, celando el oportunismo de una línea de acuerdos que privilegia una dinámica de negociaciones superestructurales, que no contempla la necesidad de establecer la solidez de un fundamento asentado en el poder del campo popular.

 

A diferencia de los hechos del 85 y a pesar de que el movimiento se encontraba en un excepcional estado de ánimo que fluía, unitariamente, hacia transversalidades fundamentales y profundas, ningún dirigente político de las estructuras tradicionales y ningún partido político tuvo la estatura para unificar criterios de acción en convergencia con los distintos sectores movilizados. Quienes han capitalizado por más de cien años la mayor experiencia histórica en el combate de masas -y muy particularmente el  PC y sus juventudes- debieron actuar con un grado de clandestinidad ante su propia base social (la misma que le debiera dar sentido, según sus principios fundacionales) demostrando un grave alejamiento de los intereses -profundamente sentidos- de quienes somos los actores de fondo de los cambios, no porque lo estimemos desde la comodidad teórica,  sino porque se hacen, cada vez más, materialmente necesarios y urgentes.

 

El problema de la dicotomía fundamental:
 

El relato anterior se hace ilustrativo  – al igual que muchos otros hechos de movilización social de los últimos treinta años y principalmente los protagonizados por trabajadores, pobladores y estudiantes- de la grave separación cupular de la izquierda chilena. Esta se materializa en una práctica sin dirección (estratégico-congruente) con el sentido de vanguardia que garantice la contundencia para estimular los cambios necesarios.

 

Esto debe ser cuidadosamente atendido en la re-construcción del bloque social de cambio, en el marco de una nueva crisis que augura las condiciones objetivas de mayor transversalidad en la historia de la  acumulación de fuerzas, para una transformación social profunda y general.

 

En este  escenario (crítica a las políticas de de alianzas de la izquierda) debemos advertir que el trance táctico, en el marco de las contradicciones, no puede implicar una estatura moral que se sitúe por sobre los intereses de base de los antagonismos fundamentales. Es decir, no puede instalarse como obstáculo estratégico al avance de las variables principales de la acumulación de fuerzas. Ello, sólo podría reconocerse legítimo y real, si la síntesis histórica suprime la condición dicotómica de las contradicciones fundamentales. Lo anterior es un axioma de la relación dialéctica y  un punto, tanto de apoyo como de verificación, de la corrección de decisiones políticas trascendentes en el plano de la estrategia.

 

La  actualidad política -abundante en ejemplos de disociación,  como el que citamos al comienzo- indica ciertas convicciones claramente afectadas, que marcan las profundas diferencias que impiden formar un arco de alianzas que reconstituya una base amplia de unidad social, política y orgánica de las fuerzas populares, porque la profundidad material y la conciencia de esta dicotomía, contienen un peso fundamental en  la definición táctica, que  implica la visualización de propósitos divergentes, a cuando dicha calidad antagónica es ignorada: la pérdida de los referentes  “amigo-enemigo”, en el discurso de la izquierda orgánica tradicional, ha diluido los contornos y el sentido operacional-dialéctico de las contradicciones. Esto es: la conciencia sobre las contradicciones antagónicas de clase, influye en la concepción práctica de la política y ello, sin duda, impacta la dimensión de su finalidad.

 

Sin argumentar innecesariamente, se puede convenir que el modelo y la operación neoliberal,  lejos de disolver el carácter antagónico de las contradicciones sociales,  las ha profundizado, en cantidad y calidad. Ante ello, la pérdida del referente dicotómico tendría su base en la derrota,  primero militar y política, para posteriormente ideologizarla y concebirla como necesidad de la condición objetiva de las fuerzas históricas. De este modo, la sociedad ha perdido su correlato en dichos referentes tradicionales: el que la mirada de las direcciones políticas – orgánicas, se haya separado de la base social, se funda en su transfiguración ideológica, que no opera necesariamente desde la materialidad de la historia, sino más bien desde la representación de lo real.

 

El carácter fundamental de la contradicción antagónica del capitalismo,  base de la dicotomía de discriminación política necesaria, de amigo-enemigo de clase, queda absolutamente intacta en las estructuras esenciales del neoliberalismo y se potencia a niveles históricos inéditos y superlativos. Su dinámica determina la base concreta en que se siguen moviendo los intereses de clases, pero la lógica teórica,  en  cambio, se separa de su sentido instrumental-revolucionario y se mueve hacia una simplificación formalista, idealizando y mecanizando el concepto de realidad.

 

[Como un dato, tal vez vinculante, esta disociación,  tanto entre conciencia y condición histórica, como entre orgánicas políticas y base social de la Izquierda, ocurre -entre otras cosas- en el contexto en que sus direcciones  fueron abordadas por quienes tenían -probablemente- un débil sentido y eslabón de clase, pues las direcciones de mayor raigambre obrera y popular, fueron barridas en la fase de dominio militar directo, entre las décadas del 70 y 90. Esta circunstancia hizo fácil su infiltración ideológica y coherentemente, impidió que la sensibilidad analítica sintonizara y se hiciera cargo, en el plano teórico y práctico, de las nuevas circunstancias de dominación y de las transformaciones cualitativas de clase, junto  a una nueva transversalidad de intereses de la humanidad.  Esta  circunstancia tiene directa relación con la incapacidad de construir una lógica de conflicto, con una multiplicidad de actores, desconocidos social y políticamente, y otros, radicalmente transformados en sus condiciones estructurales. La izquierda no logra reponerse tras su contundente derrota militar y política. Sumada ésta, a la crisis de los “socialismos reales”, se siente, además, aislada y envuelta en la orfandad teórica, anclada en un mundo categorial  rígido, que pronto estuvo anacrónicamente caracterizado: los partidos de la izquierda chilena caen, unos antes que otros, pero finalmente todos ellos por igual, presas de una colonización del pensamiento, en la indefensión de una conciencia empobrecida,  que se entrampa ideológicamente, sin poder (o querer) recoger la dialéctica de lo real, asumiendo la unidimensionalidad interpretativa del conflicto histórico].

 

Lo descrito tiene consecuencias claras, determinantes y profundas:

 

El pensamiento lógico-categorial de la izquierda -al soslayar la calidad de la antítesis dialéctica- se vincula a la posibilidad (y a la realidad) de una cesión estratégica inaceptable, que determina su sumisión y prolonga la dominación de clase: tiende a ignorar su real condición histórica y hace esfuerzos por encaminar los movimientos sociales, por acciones en donde no se advierte su valor estratégico-congruente, con sus intereses fundamentales.

 

Se construye, así, una irresponsable paradoja política, porque lo que ocurre en la contraparte real y concreta (en la burguesía) es el aseguramiento de una condición y conciencia que establece claramente como enemigo, al mundo asalariado y sus articulaciones populares contemporáneas. En éstas, la relación de dependencia del capital, no sólo constituye una razón identitaria de la calidad de obrero, o lo que identificamos como “clase obrera”, sino de un amplio campo social, en que la independencia sindical se suma a la diversidad sectorial, sin dependencia patronal  directa y se entrelazan realidades interculturales y étnicas que enmascaran el hilo transversal que les une potencialmente, en una convergencia estratégica necesaria: son las bases materiales de lo que podríamos identificar como el mundo o el campo popular: todo el espectro social -con todas sus sutilezas orgánicas – en estado de subyugación y excluido de la participación de la propiedad estratégica sobre los medios de producción y de su consecuente participación sobre los beneficios de su ejercicio productivo.

 

“El Fin de la Historia” terminó renegando la conciencia dialéctica que explica la lógica de la superación de las condiciones de dominación de clase: Francis Fukuyama ocupa un lugar insospechado en el nuevo ideario histórico-político de las cúpulas orgánicas que hoy obstaculizan la conformación de una nueva vanguardia, cuya base de diversidad impone una renovada plataforma para la unidad:  mientras las viejas estructuras son absorbidas por los campos de lucha y las estrategias de su contraparte histórica,  las fuerzas sociales emergentes, construyen nuevos caminos para avanzar y definen nuevos escenarios para combatir. Estos signos, caminos y escenarios, restablecen necesariamente la conciencia sobre los intereses fundamentales del mundo popular, entre los que se incluyen, tanto los viejos intereses de clase, como las nuevas condiciones históricas que se instalan en la realidad social y política del campo popular. Al definirse estos intereses, necesariamente se debe aclarar su calidad antagónica fundamental y dicho antagonismo, demarca, a su vez, el área estratégica de alianzas.

 

En sentido consecuente y conclusivo, la recuperación de la dicotomía “amigo-enemigo” que es la figura práctica de la contradicción antagónica (su expresión política) es antes un significado ético – ontológico y luego, un afán estético,  pues la estética que determina el discurso auténticamente reivindicativo y con sentido de futuro (que no puede ser otro que el de la victoria) debe partir mirándose y amándose a sí mismo. Ello no puede ocurrir de espaldas a su instalación real en el mundo, porque el “sí mismo” no es sólo un producto de la conciencia, sino que, aun cuando ella puede serle contribuyente, su consistencia está determinada por el sustrato material de su existencia.

 

¿Cuál es la transversalidad que une estratégicamente al mundo popular? ¿Qué representa la circunstancia histórica más potente para levantar una gran fuerza de cambio?

 

Hoy se articulan ciertos hechos en diferentes partes del mundo y dan señales de que deben ser considerados con detención y seriedad; de que deben ser atendidos con detalle y rigor descriptivo, analítico y explicativo, más allá de este texto. Partiré por entornos cercanos, sin pretender una mirada panóptica, sino una simple estimulación, dirigida a integrarles en la teoría necesaria para los cambios históricos.

 

Chile no es una excepción en lo que se refiere al eje de su economía y  a sus características estructurales: representa uno de los tantos focos territoriales en donde se despliega la acción extractiva de los recursos necesarios para la concentración extrema de la riqueza. Esta concentración no es el sólo crecimiento de los poderes económicos y financieros nacionales, sino que – a través de estos y principalmente- el incremento de capital y poder general de los grandes consorcios transnacionales, cuyo epicentro es el primer mundo, desde donde se ejerce la hegemonía del proceso globalizador, con los necesarios mecanismos de control político, militar e ideológico.

 

La mega-sustracción de recursos, principalmente en el área primaria de la economía y la sobre-explotación humana y medioambiental de los países subyugados, constituyen la médula de su operación productiva y financiera. Sus resultados convergen en la profundización de las diferencias entre la extrema pobreza y extrema riqueza, a la vez de fragmentarse en grupos que luchan por el control estratégico de este proceso globalizador. Ello genera un desgaste insostenible de los recursos naturales y avanza sin freno a un colapso planetario. Esta lógica de extrema concentración de riqueza, cuyo peor signo es la depredación natural y humana, impone el marco regulador de la relación asimétrica con los países menores, pero se replica en el seno de las relaciones de todo el arco económico interno de los países de la órbita capitalista, que representa casi la totalidad del hábitat socio-político de la humanidad.

 

En este contexto, la especialización de las técnicas de dominio del Poder, logran hoy un amplio espectro de control:

 

  • Se desarticulan o controlan los sindicatos y sus confederaciones; se arreglan los marcos jurídicos laborales de explotación, con un especial diseño de estrategias disuasivas y represivas.

  • Se atrapa a los ciudadanos en remolinos de deudas y se expande el consumismo, cimentado en el estímulo arribista de un capitalismo popular, que fragmenta el mundo social-popular, en la competencia y la tercerización de nichos complementarios, pero no estratégicos de la economía

  • La educación formal opera como cantera de valores necesarios para la reproducción estructural y su segmentación socio-económica asegura las necesidades de abastecimiento de sujetos funcionales a la hegemonía, en todos los estratos del modelo, a su vez que asegura el espectro de administradores políticos

  • Las leyes de exclusión ciudadana, garantizan un sistema de abastecimiento de las estructuras del Estado, funcional al control de los poderes privados de la burguesía y se asegura su vulnerabilidad con modelos operacionales, canales y actos de corrupción obligados, como condición de la burocracia.

  • Los medios de comunicación y otros canales socializadores, se encargan de entregar los estímulos dirigidos al plano ideológico para atomizar la vida social en la desconfianza y la desagregación afectiva: el “otro” es peligroso y sólo una circunstancia funcional a los propósitos de éxito individual y no un sujeto para unificar el futuro, porque su futuro es un escollo potencial en el propio camino personal.

  • Los pobladores de los grandes centros urbanos son un peligro potencial a la estabilidad del modelo de híper-concentración de la riqueza, por tanto, la estimulación de una delincuencia sostenida y controlada, especialmente reforzada con la exclusión, el tráfico y micro tráfico de drogas, aporta un chivo expiatorio para la represión y allanamiento policial permanente, que enmascara de paso, los propósitos de control político hacia el mundo popular.

  • La reconstrucción de Estados indigentes, con tejas de vidrio, en alianza con el poder industrial y financiero, y asegurados con FFAA dispuestas a la guerra interna, ha marcado el tono del intervencionismo y control tras las ofensivas político- militares y las dictaduras en distintos puntos del planeta.

  • La “guerra” contra un terrorismo, a veces manipulado, a veces imaginario, fortifica los posicionamientos geoestratégicos imperialistas, en el marco de una ofensiva sin contrapeso transitorio, que alienta a unos y desmoraliza a otros…

 

Podríamos ensayar una interminable lista de medidas orientadas  a la construcción de ese estado unidimensional de la conciencia, que hace ya varias décadas, anunciara H. Marcuse, como características de un capitalismo de fines del siglo XX, que sin duda se ha materializado y -efectivamente – obstaculiza la articulación de la disputa del poder y pone paños fríos a la fricción que provocan las relaciones antagónicas estructurales de la hegemonía burguesa.

 

Todo lo anterior y más, se suma a la moral de combate pauperizada de las fuerzas progresistas del siglo XX y comienzos del XXI,  con el desplome de los “socialismos reales” entre medio, y la ofensiva planetaria de los imperios burgueses. Esto, sin duda estimula el imaginario hacia un fatalismo teleológico de clase y a la claudicación de la voluntad política de quienes han sufrido, sin temple suficiente, una magnífica derrota.

 

¿Cuál es entonces la transversalidad que permite la unión estratégica?

 

Las demandas socio-ambientales, las nacionalidades re-emergentes  y las puertas que abren el laberinto:

 

Las fuerzas de  (re)cambio de la sociedad, levantan -paso a paso- el movimiento popular de la lona y se organizan desde nuevas realidades que recogen las enseñanzas y herencias de lucha. Los éxitos y fracasos del movimiento popular (y se exige conciencia sobre esto)  son las ganancias empíricas de clase, pero no su determinación ni su condena. La humanidad sigue siendo un proyecto inconcluso y lo será hasta su extinción; sus fuerzas  -además-continuarán actuando en custodia de sus intereses fundamentales. Si éstos no se unifican estratégicamente en la vida real, los proyectos serán los que cada mundo antagónico impulse, a fin de lograr su continuidad histórica necesaria. Ante ello, debemos releer nuestro mundo: el mundo que fuimos y el mundo que somos, para proyectar el mundo que queremos, debemos y seremos.

 

No desarrollaré en detalle el problema de la transformación del Estado en el mundo globalizado,  no obstante  señalaré de paso que la transfiguración del concepto particular de ‘Estado burgués soberano’ en una entidad superflua, directamente supeditada a poderes sin límites nítidos, con fronteras difusas, subyugadas a fuerzas asociadas a los grandes poderes económicos mundiales, coloca un ingrediente poderoso a la generación de un nuevo internacionalismo: la globalización no trae efectos estructurales sólo asociables a las fuerzas dominantes, sino también modifican profundamente la realidad y la conciencia del mundo popular, en toda su diversidad: la construcción de un nuevo escenario de realidad, diseñado por los poderes hegemónicos, opera -necesariamente también- para las fuerzas sociales subyugadas. Ello, por cierto, implica efectos poderosos, que afectan esencialmente toda la dinámica dialéctica de la historia.

 

Si analizamos el coagulante de la mayoría de los conatos de levantamiento o sublevación popular, en el contexto nacional e internacional, veremos que la transversalidad está nítidamente marcada por el conflicto socio-ambiental, en toda su compleja expresión. Este factor unificante opera en el corazón de todos los enclaves de la humanidad, de manera particularmente diferente, pero esencialmente idéntica,  al colocar en riesgo asuntos evidentemente vitales.

 

Este hecho no es menor ni casual y no corresponde asociarlo a un mero fenómeno ideológico, sino que se fija en una contundente condición material de existencia y agrega un peldaño cualitativamente superior en las contradicciones, las que son puestas en la lucha por la ‘continuidad biológica’, asociada -antagónicamente- a un cierto fin apocalíptico de la burguesía, que en el mejor de los casos, avanza como élite hacia un discutible ‘nivel superior’, dejando atrás la existencia misma de la inmensa mayoría de la humanidad, o la extinción de un conjunto de especies que nos incluye.

 

Este espesante, no implica que las viejas demandas de los trabajadores asalariados, que fueron el motor de las conquistas políticas del siglo XX, hoy no representen circunstancias reales, importantes, pendientes y motivantes, pero  esta bandera, ha quedado sitiada en terreno enemigo, en cuanto éste ha colonizado significativamente sus espacios de lucha, con las desventajas y condicionamientos que ello determina. Por tanto, este factor de unidad, si bien opera como fortalecimiento de una convergencia, por si solo, no puede sostener el liderazgo de una lucha de largo aliento, capaz de avanzar hacia conquistas estratégicas mayores. No obstante ello, el potencial de logro de sus objetivos estratégicos originales, se ve fortalecido al vincularse, necesariamente, a la disminución de los niveles de depredación: no es que sus conquistas se logren a través del aumento de la producción,  sino a través de una redistribución del producto global de la economía y la disminución radical del consumo social general, lo que de paso establece condiciones diferentes a las que proyectara el ideario socialista del siglo XX. Tanto las necesidades, como las satisfacciones que la dinámica productiva debe cubrir, tienen que transformarse, cuantitativamente  (a menos) y cualitativamente (a más) porque la situación de la especie humana en su hábitat, lo demanda contra vida o muerte.

 
La diversidad de los pueblos y los nuevos nodos de la historia.

 

No menos relevante y transversal, es la reivindicación de las nacionalidades: los pueblos latinoamericanos y de otros continentes, viven una creciente restauración identitaria que se refuerza con la evidencia de contradicciones arraigadas en los procesos colonizadores, que marcaron los movimientos históricos de las fuerzas de dominación actuales. Éstas, por lo general, nunca dieron un paso de unificación de criterios políticos y jamás respetaron la visión de vida y mundo de los pueblos originarios y sus consecuencias prácticas,  pues se oponen antagónicamente. La lógica de los pueblos nativos, referida a las relaciones sociales y del ser humano con la naturaleza, no tiene convergencia alguna con los colonialismos. Su coexistencia representa una fuente constante de conflictos inconciliables, que ha significado innumerables episodios represivos y genocidas que, sumados a la obvia proyección dialéctica de sus relaciones, no puede significar otra cosa que la debida unidad estratégica de las fuerzas étnicas con el amplio campo popular.

 

Los conflictos  etno-culturales son,  sin duda, una realidad contundente de las corrientes de cambio, que no han tenido la debida atención de las organizaciones políticas de raigambre popular durante el siglo XX, concentradas en una interpretación reductivista de las contradicciones y su materialidad socio-cultural e histórica.

 

Las etnias y los tejidos culturales identitarios, también  cristalizan, en este nuevo estadio de las contradicciones, el fin posible del laberinto, para dar un salto hacia la liberación del patrón destructivo de las relaciones de producción. Al restablecer sus funciones constructivas de la vida y la esencialidad humana, como proyecto histórico -individual y colectivo- disuelven la competitividad subyacente, excluyente y subyugante del productivismo capitalista.  A este respecto, llevamos varias décadas de un avance progresivo de los pueblos históricamente marginados, dominados y perseguidos como unidades étnicas e identitarias: Bolivia, Ecuador, México,  Colombia, Venezuela, Guatemala y otros países de la región,  cada uno en diferente grado, han avanzado notablemente en esta dirección reivindicativa.

 

Chile, por su parte, con órganos políticos con algún grado de comprensión retrasada frente a las complejidades y particularidades del acontecer indígena,  camina a la zaga, pero con destacados avances en las últimas dos décadas: el pueblo mapuche, víctima de la gran traición de la República tras la derrota de la Corona, en la primera mitad del siglo XIX, cuyas consecuencias no han cesado, ha iniciado una ofensiva sostenida, en el plano ideológico,  conquistando vastos sectores de la ciudadanía,  cambiando, paso a paso, el concepto de chilenidad, capitalizando una destacada adhesión moral y apoyo solidario concreto, en diferentes aspectos. Junto a lo anterior, despliega esfuerzos reales para hacer retroceder los avances colonizadores en su territorio y expanden orgánicas con una mirada político-militar, que entrega señales contundentes al resto de las fuerzas sociales y conduce al Estado a la obligación de sacarse las máscaras de hipocresía y le emplaza fuera de su escenario predilecto:  la lucha legislativa, que -claro está- es un terreno de dominio adverso, el cual puede ser infiltrado, pero no frontalmente dominado desde sus propios mecanismos. El control de las herramientas sociales concretas de fuerza, de una manera u otra, deben ser controladas cuando el proyecto busca la transformación profunda de las estructuras sociales. La conciencia del objetivo político-militar, que no necesariamente implica la acción violenta, pero sí el control de su posibilidad, no puede estar fuera del concepto de estrategia, del mismo modo como el sustento actual de la hegemonía, le considera componente necesario e inevitable.

 

Esta nueva realidad de conciencia, ligada a acciones reivindicativas y de resistencia frente al mundo colonial, hoy de signo neoliberal, se extienden ya por cuatro  vastas regiones, desde el Bio-Bio hasta Chiloé, incluyendo los interesantes pasos políticos de Rapa Nui. Estas acciones que se han visto poderosamente estimuladas por los últimos acontecimientos, siguen ahondando bases de convergencia, dada la transversalidad de la agresión de claros efectos socio-ambientales, en donde el Estado por su parte, se consolida insistentemente en su “simbiosis” con los grandes poderes económicos; aumenta medidas  que se desentienden de las demandas populares, de las áreas culturales específicas y de los pueblos indígenas; pone a las FFAA al servicio de los empresarios; asigna recursos para su protección física y financiera y continúa el incentivo a la marginación social y política de los pobladores en sus diferentes segmentos socio-culturales, populares y étnicos: un camino de confrontación creciente, sin futuro para el actual orden económico, político y militar, pues el fin del Estado no es la moral ni el amor propio, sino habilitar concretamente los espacios de la producción y concentración de riqueza.

 

Chiloé y las nuevas fuerzas de cambio

 

El estallido social de mayo, tras una agresión de casi cuarenta años de intervencionismo mono productivo y extractivista, ha sido un gran relámpago, no sólo para la provincia, sino también para la mirada nacional e internacional. Chiloé,  con estas protestas, ha contribuido notablemente a iluminar un camino que entre los callejones, aun lúgubres del renacimiento de los movimientos sociales, se viene insinuando con creciente elocuencia histórica.

 

Se trató de un estallido espontáneo y de viejo fragüe, a partir de un conflicto sectorial. No obstante su motivación puntual, rápidamente se expande por todo el territorio de la provincia y se suman amplios sectores ciudadanos; trasciende los márgenes de la provincia, la región, la frontera nacional y se instala insospechadamente en el ojo del mundo.

 

En algún grado, la información que se difunde con agilidad por las redes sociales. En otro grado, la intuición. De alguna manera también, los nuevos capitales culturales del pueblo, que hoy cuentan con niveles muy mejorados de comprensión de los múltiples factores de la historia, que en el pasado estuvieron restringidos a las elites burguesas y a los sectores más avanzados del espectro popular. Las décadas de re-despertar de los pueblos originarios -además- y el trabajo de recuperación de la conciencia de los valores, anclados a la necesidad vital de la recuperación, en la ser humano y naturaleza. La liberación de ciertas rigideces de una herencia teórica simplificadora y falseadora del carácter de los tejidos sociales, que esa misma izquierda larvaria,  inoculó a la sociedad y fragmentó en prejuicios. El “no hay mal que por bien no venga” del abandono de la política de masas de los partidos convencionales de raíz popular que, sin disimulo posible, han caído en un funcionalismo  -comprado o no- a un modelo, de cuyo formato cultural no se pueden  despegar, con el consecuente deterioro  exponencial de sus ascendencias morales, enclaustrados en la lucha de arenas parlamentarias y su decadencia histórica sin precedentes. La conciencia autónoma y la legitimidad sectorial, etc. son todos, aspectos que caracterizan esta creciente inquietud que comienza a espesar el caldo histórico que recorre las aguas del archipiélago y fluyen también por esas ‘venas abiertas de América Latina’ y otras latitudes del planeta: son los ‘signos de la época’.

 

Todas estas características y muchas otras particularidades, que los lectores podrán tal vez identificar en abundancia, comienzan a cristalizar en un próspero proceso de acumulación y articulación de fuerzas, cuyos puntos cardinales se unifican en la comprensión de que somos  – todo el mundo popular- un gran caudal de la humanidad, que al referirse a sí mismo, no puede dejar de ver el punto de  riesgo a que le empuja  el curso hegemónico de la historia. Crece la conciencia que permite ver que esas contradicciones antagónicas (que el peso de la derrota transitoria diluyó en la conciencia política de la izquierda tradicional) conducen a la humanidad hacia una urgente y necesaria superación dialéctica o al colapso de miles de millones de seres humanos o tal vez a la humanidad toda. Ante ello, voluntariamente o no, todos tomamos partido.

 

Alrededor del carácter de los  conflictos dominantes que maduran en América Latina y el mundo, que incluye el problema estratégico-energético y la crisis en ascenso de las aguas dulces del planeta (que nos deja en el centro geopolítico de la mayor amenaza) Chiloé participa en un plano adelantado de la nueva configuración de las alianzas sociales  y políticas estratégicas del nuevo tiempo. Esto implica y empuja con la fuerza inevitable de la historia, la necesidad de trabajar por la identificación y la conciencia de estos nuevos factores de unidad, que no deben ser quebrados por manipulaciones de ningún tipo, porque anidan en los hechos de una materialidad que crece como valor de clase y excluyentemente de clase: definen el punto social e histórico-dialéctico de corte, más significativo de los últimos tiempos. Los órganos del Poder burgués, sólo pueden actuar allí, como abierta y desnuda oposición estratégica a los intereses populares, pues su agresividad socio-ambiental no puede dejar de ser la médula operativa de la dinámica determinante de su ser histórico: ese ser que trasciende y se desborda de las carreteras de la información y hace que esa “modernidad líquida” de Z. Bauman, cuaje y espese en la conciencia de la necesidad de sobrevivir y salte hacia este nuevo internacionalismo, que las elites intelectuales, hijas del vientre del capital, no sospecharon.

 

La gran lección de la lucha chilota (aquello que se mantiene flotando en el ambiente) es que la unidad, cuando se  construye en la diversidad, no implica la anulación de nadie que esté a este lado de dicho punto de corte.  Cuando se reconocen los grandes objetivos que nos permiten seguir avanzando en las grandes tareas, las convergencias y divergencias, son parte del caminar juntos. Por este motivo y porque aquello que  comienza a soldar la acción de los diferentes sectores, representa una realidad con fuerza histórica insoslayable, todos los intentos de quiebre, no son más que actos transitorios y fallidos o ilusiones  de la decadencia de una forma de interpretar el mundo y la vida.

 

En contra de la desesperanza posmoderna, que ante las fuerzas y el desastre de la globalización, no ve más que imposibles soluciones globales desde la misma hegemonía atrapada en códigos evidentemente fracasados, nosotros, desde las pequeñas realidades (nuestras realidades reales, como ésta , nuestra insularidad Sur) vamos por la construcción de una transmodernidad (potente concepto de E. Dussel), soldando con nueva conciencia social, cultural, política  e histórica, la unidad de las fuerzas que pueden despejar las puertas del laberinto.

 

Archipiélago de Chiloé – Invierno de 2016

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